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EL ORIGEN DEL DÍA DE TODOS LOS SANTOS


Durante la persecución de los cristianos por el emperador Diocleciano, hubo tantas muertes que no se podían conmemorar todas una por una ni santo por santo; tras lo cual surgió la necesidad de organizar una fiesta común que pudiera rememorar a todos.

Habría de esperar hasta principios del siglo VII para que todo ello tuviera lugar. Bonifacio III fue quien consiguió del emperador Focas un edicto por el cual concedió al patriarca de Constantinopla el título de "patriarca ecuménico" y reconociendo a Roma como cabeza de todas las Iglesias, no obstante en la disputa, Bonifacio III murió (12 de noviembre del año 607) a los nueve meses de pontificado, tras lo cual el 15 de agosto del 608 fue consagrado obispo de Roma un monje benedictino originario de los Abruzos, con el nombre de Bonifacio IV.

Con motivo de su elevación al solio pontificio, recibió un presente importante: el emperador Focas le regaló el Panteón ( templo de planta circular, coronado por una impresionante cúpula construido en el año 27 antes de Jesucristo por Agripa en honor de todos los dioses).

Bonifacio decidió al punto convertirlo en iglesia y, en el año 609, consagró el edificio a "Santa María de los Mártires", en memoria de todos los que habían derramado su sangre por dar testimonio del único Dios. Se instituyó entonces la fiesta de Todos los Santos.

Por otro lado, en el año 998, San Odilón (abad del Monasterio de Cluny en el sur de Francia), añadió la celebración del 2 de noviembre como fiesta para orar por las almas de los fieles que habían fallecido, por lo que fue llamada Fiesta de los "Fieles Difuntos".

La fiesta de Todos los Santos inicialmente se hacía en el mes de mayo, hasta que el Papa Gregorio III (731-741) la cambió al 1 de noviembre, fecha que ha venido celebrándose hasta nuestros días.

Desde que el hombre empezó a enterrar a sus muertos, ha sentido la necesidad de seguir manteniendo un lazo invisible con sus seres queridos desaparecidos. Estas celebraciones representan, en cierta manera, un momento de acuerdo o de reencuentro entre el mundo de los muertos, simbolizados en el mundo real por la tierra yerma, y el mundo de los vivos, simbolizados por las semillas que se sembrarán y que harán posible la vida en el futuro.

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